martes, 3 de febrero de 2009

¡Fierro!


Aquí hasta la más fea está guapa” dijo Jesús Alejo y no quedó de otra más que asentir mientras los ojos lo constataban a diestra y siniestra. Pudimos comprobar también aquella sentencia que advierte que por estos lares hasta las policías son bonitas, yo al menos vi dos, y los del Canal 22 registraron otras más.

Esto es Álamos, pueblo bicicletero, pueblo mágico, pueblo conservador, pueblo con casas y edificios que recuerdan en algo a San Miguel de Allende, Guanajuato. Pueblo también amante de la ópera, tierra de la Doña María Félix y tierra de Alfonso Ortiz Tirado, médico y cantante aficionado, promotor cultural de la primera mitad del siglo XX que hoy es el pretexto para que se lleve a cabo un Festival del Bel Canto en su memoria y feliz pretexto a su vez para que visitemos el dicho pueblo.

Segunda visita la mía y como en la primera, me quedé esperando el frío anunciado, no hubo tal, antes mucho calor, maldito sol, algo de fresco en la noche pero tampoco la gran cosa.

De Obregón a Álamos en carretera después de dos horas veinte minutos de vuelo, Alejo y yo nada más con el chofer. Camilo Sesto y José José en el estéreo, cada canción se repetía una y hasta dos veces, balada a fuerza como para no volverlos a oir en años.

Se cumplió con el mínimo indispensable, es decir, beber Bacanora, el aguardiente de la región; comer machaca obligada en todo el norte, tortillas de harina, Chiltepín, el chile típico. Oír algo de ópera, hacer algunas entrevistas, un programa en vivo, convivencia con los de Hermosillo, anfitriones desplazados de su capital a Álamos, convivencia entre nosotros y ya con la experiencia, cerveza en mano, hielos en bolsa de plástico, recorrido nocturno refrescando la garganta y refrescando la mirada, pisteando pues.

No dejamos de visitar en un par de tardes “El Farolito” aquel antro al que no dejaban entrar a Sarai el año pasado, por ser mujer, por no trabajar en el lugar. ¡Fierro! Entramos el año pasado y entramos este año, refugio de lugareños que escapan a la invasión juvenil de fin de semana, afuera perfumes, grupos de adolescentes presumiendo figura, presumiendo lenguaje y presumiendo ropa y copa; adentro otros aromas, otras figuras, sombreros, botas, mezclillas de otras marcas y hasta parece que de otro color, pero casi la misma música, adentro y afuera, pura banda, Elizalde por ahí, Los Cadetes de Linares.

Uno camina las calles que parecen escenografía. No, no de una de vaqueros pero al menos si de las comedias rancheras del cine mexicano, ventanas enrejadas esperando serenatas prometidas, empedrados parejitos, la Iglesia dominante, la plaza central punto de encuentro. No hay basura, hasta una colilla en el suelo resalta, se ve mal. Unas palmeras exiliadas como perdidas de la costa se yerguen por encima del resto de la vegetación, cerros que parecen montañas y que presumen un verde atípico en esta región norteña, protegen y esconden al pueblo.

Un letrero en el Palacio Municipal: “Qué hacer en caso de que su ganado sea atacado por un jaguar o un puma” y a continuación una serie de medidas para explicar y prevenir los ataques de estos felinos que al ver su hábitat cada vez más reducido y su alimento natural, venados y otros animales, cada vez menos numeroso, optan por atacar al ganado.

Y yo que creía que jaguares sólo en el sur.


¡Fierro!. Al despedirse, al saludar, al celebrar algo o querer poner énfasis a una frase, los alamenses (no se si así se diga) concluyen sus palabras con la expresión ¡Fierro! quiere decir que todo está bien, que tiene razón o que su declaración es firme. ¡Fierro pues!.

Me hospedé en Casa Jiménez, una casa particular propiedad de un gringo. Los gringos son los propietarios de las casas más importantes de Álamos, las del centro, las bonitas y claro las cuidadas. Usan el pueblo como lugar de veraneo o de retiro. La mayoría viejitos, la mayoría con los rostros rosas y la sonrisa en los labios, mirando con condescendencia todo lo que pasa.

Si, mujeres por todos lados, mujeres guapas por todos lados. Chavos y chavas, o debo decir morros y morras?, se nota que llegan de las ciudades cercanas, Navojoa, Obregón, Cajeme; jóvenes preparatorianos y universitarios que saben que en Álamos no hay bronca, compran sus 18 de cerveza, a veces les regalan hieleras, si no, en bolsas de plástico con hielo, Tecate se impone, la Corona debe hacer malabares para vender. Hay muchos que mejor se van preparados, hieleras de plástico o de unicel cargadas entre dos, arrastradas en diablitos o de plano arrastradas por el suelo. También se ven botellas de vino tinto, whiskys, rones, tequilas, de todo pues.

Vienen como los gringos en sus "sprinbreiks", nomás que éstos cada fin de semana. Seguridad la hay claro pero sólo los ven, los cuidan. En dos años de visita no he presenciado ni un pleito lo que es mucho decir porque es mucho el alcohol, no fueran chilangos porque hablaríamos de otra cosa.

Álamos fue decretado ciudad en 1828, fue la primera población sonorense en alcanzar esta distinción, ah veda! y yo que no sabía si decirle pueblo, ciudad o qué?. Luisillo Galindo se vio pior, se refirió a ella como la “Colonia”, ¡Joé con Notimex eh!. Álamos fue capital del Estado de Occidente, ah vedá, yo no tenía ni idea de que hubiera existido un estado llamado así. Álamos busca ser considerada Patrimonio Cultural de la Huimanidad, ya trabajan en el cableado subterráneo, también quieren un aeródromo, un Teatro que les prometió el Conaculta, quieren mucho y ya cuando en ésas andaban les cayó un huracán en octubre pasado, el llamado Norbert.

A ellos no parece haberles afectado tanto, siguen las obras de reconstrucción, siguen los Festivales, siguen acogiendo cada fin de semana a miles de adolescentes borrachos y borrachas, (pero que guapas eh!) así, que nosotros seguiremos queriendo ir al sur del norte, al sur de Sonora, a la ciudad de Álamos.

Después de ver lo visto sólo queda expresar:
¡Fierro!.



Galdino Pérez ahora de viajero.

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